Entrenador personal
En todo gimnasio burgués que se precie tiene que haber un servicio de entrenadores y entrenadoras personales. En el que estoy apuntado, como se precia, no iba a ser menos. Con la cuota de inscripción te regalan (eso dicen), dos sesiones con un entrenador ad hoc. Eso de que pongan a mi disposición un entrenador personal que esté dispuesto a hacerme la pelota e, incluso, ejercitar por mí aquellos ejercicios a los que no llego, me gusta. Es más, casi lo exijo dado el dineral que me cuesta el tratamiento muscular al que me estoy sometiendo.
Fuera bromas, el primer día de gimnasio se agradece el tener la orientación de alguien que sepa como manejar los aparatejos que se me antojaron diseñados por el marqués de Sade del culturismo. Dios mío, ¡¡ pero cómo me voy a meter ahí ¡!, pensaba. El equivocarte en el peso o en las posiciones de cualquier artilugio, puede suponer que, en plena acción moldeadora, se te descoyunte el cuádriceps o, lo que es peor, se te salga la hernia (inguinal) y aparezca un bulto más que sospechoso bajo el pantalón. Y ya no se lo que es peor, si el dolor que puede producirte una hernia salida inopinadamente o el ridículo de que te vean con un pantalón corto abultado por un lugar que no es el que debería ser.

A mi me tocó en suerte un entrenador. Un tipo profesional y curtido en estas lides de los gimnasios pijos. Enseguida congeniamos. Él sabía cómo bientratarme y yo le marqué los límites de mi maquinaria corporal. Mi motor biológico es diesel, le comenté. Entendido, me contestó. Empecemos por el calentamiento. Como andaba algo despistadillo en los términos olímpicos pensé que se estaba refiriendo a otro tipo de calentamiento. No he dicho que la escena transcurría a la uno del mediodía de un día laborable. Laborable para la inmensa mayoría de los hombres y mujeres que se ganan el pan con el sudor de su frente. Bueno, pues a estas horas, los gimnasios están llenos de señores y, sobre todo de señoras, que se ganan el pan con el sudor de aquéllos y aquellas y con el que les provoca el ejercicio que realizan. Podéis imaginaros los cuerpazos que se consiguen cuando no tienes mayor preocupación que dedicarte en alma a tu cuerpo. La visión de tanta perfección había calentado suficientemente mis bujías, a la vez que desalentó mi ánimo cuándo comparé mi cuerpo resultón con los chasis de diseño. Y en esos momentos de pesadumbre y dudas es cuando de verdad aprecias el tener a tu lado un entrenador a medida. Un profesional de la cabeza a los pies, pasando por los músculos que te ayude a superar esas crisis. Y el mío era todo un experto en el medio.
Pues bien, como en la cuestión del calentamiento me vió algo desorientado, me señaló hacia un aparato de esos en los que pones los pies y haces ver que caminas pero no te mueves. Para aprender a programar el cachivache, necesitas, como mínimo, una licenciatura en ingeniería de sistemas. Menos mal que a mi lado, solícito, estaba el paciente instructor apuntándome el manejo del mismo. Bueno, no quiero cansar con los resultados de mi ejercicio porque es algo baladí. Para resumir diré que creo que no seré seleccionado para las próximas Olimpiadas, ni para ninguna otra, cosa que ya imaginaba. Tampoco los resultados fueron tan desastrosos. Sin ir más lejos, me contaba el entrenador que algunas personas mayores de sesenta y cinco años, obtienen peores resultados que yo el primer día. ¡Fantástico! ¡Eso es un maestro de la gimnasia! ¡Eso es infundir moral!
Pero no es en ese detalle dónde mi instructor particular demostró su valía como tal. Fue en la suerte de las máquinas donde dió el do de pecho. Vamos a hacer abdominales, me dijo. No se el porqué se imaginó podía necesitar modelar mis abdominales, tan preciosos y curvilíneos que los tengo. Como soy una persona no dada a polemizar le hice caso y me dispuse a seguir sus instrucciones. Así que me estiré en el suelo con la equivocada idea, como luego comprobé, de que iba a ser él quién me levantase la cabeza o, en su caso, las piernas. No fue así. Debes hacer tres series de quince levantamientos, con un intervalo de treinta segundos entre serie y serie. Mientras intentaba levantar la cabeza él iba contando mis elevaciones de testa. Uno dos tres cuatro quince. Descanso . La verdad es que, al llegar al número diez ya no sabía a quién pertenecía mi cabeza, por Dios ¡que mareo!. Segunda serie. Empecemos (sic) Uno dos tres cuatro Justo cuando llegaba al número cinco pasó por delante de mí uno de aquellos cuerpos de mujer, duros, tersos, lozanos ¡Pedazo de hembra!, pensé. Y hete aquí que el entrenador, convertido en un profesional de tomo y lomo, elevando la voz lo justo para que aquél cuerpo de vicio lo oyese, continuó con su particular cuenta: ciento cinco ciento seis ciento siete ciento ocho Perfecto Líneas. Hoy bates el record del gimnasio No pude acabar la segunda serie de la risa que me cogió. Él tampoco pudo aguantarse. Así que ambos acabamos haciendo unos abdominales de pura risa.
Además de las dos sesiones que me obsequia el gimnasio he contratado, de momento, a mi entrenador personal, para dos sesiones más. Esta vez pagando. Y es que, tan importante como la gimnasia del cuerpo, lo es aún más la del espíritu.
Fuera bromas, el primer día de gimnasio se agradece el tener la orientación de alguien que sepa como manejar los aparatejos que se me antojaron diseñados por el marqués de Sade del culturismo. Dios mío, ¡¡ pero cómo me voy a meter ahí ¡!, pensaba. El equivocarte en el peso o en las posiciones de cualquier artilugio, puede suponer que, en plena acción moldeadora, se te descoyunte el cuádriceps o, lo que es peor, se te salga la hernia (inguinal) y aparezca un bulto más que sospechoso bajo el pantalón. Y ya no se lo que es peor, si el dolor que puede producirte una hernia salida inopinadamente o el ridículo de que te vean con un pantalón corto abultado por un lugar que no es el que debería ser.

A mi me tocó en suerte un entrenador. Un tipo profesional y curtido en estas lides de los gimnasios pijos. Enseguida congeniamos. Él sabía cómo bientratarme y yo le marqué los límites de mi maquinaria corporal. Mi motor biológico es diesel, le comenté. Entendido, me contestó. Empecemos por el calentamiento. Como andaba algo despistadillo en los términos olímpicos pensé que se estaba refiriendo a otro tipo de calentamiento. No he dicho que la escena transcurría a la uno del mediodía de un día laborable. Laborable para la inmensa mayoría de los hombres y mujeres que se ganan el pan con el sudor de su frente. Bueno, pues a estas horas, los gimnasios están llenos de señores y, sobre todo de señoras, que se ganan el pan con el sudor de aquéllos y aquellas y con el que les provoca el ejercicio que realizan. Podéis imaginaros los cuerpazos que se consiguen cuando no tienes mayor preocupación que dedicarte en alma a tu cuerpo. La visión de tanta perfección había calentado suficientemente mis bujías, a la vez que desalentó mi ánimo cuándo comparé mi cuerpo resultón con los chasis de diseño. Y en esos momentos de pesadumbre y dudas es cuando de verdad aprecias el tener a tu lado un entrenador a medida. Un profesional de la cabeza a los pies, pasando por los músculos que te ayude a superar esas crisis. Y el mío era todo un experto en el medio.
Pues bien, como en la cuestión del calentamiento me vió algo desorientado, me señaló hacia un aparato de esos en los que pones los pies y haces ver que caminas pero no te mueves. Para aprender a programar el cachivache, necesitas, como mínimo, una licenciatura en ingeniería de sistemas. Menos mal que a mi lado, solícito, estaba el paciente instructor apuntándome el manejo del mismo. Bueno, no quiero cansar con los resultados de mi ejercicio porque es algo baladí. Para resumir diré que creo que no seré seleccionado para las próximas Olimpiadas, ni para ninguna otra, cosa que ya imaginaba. Tampoco los resultados fueron tan desastrosos. Sin ir más lejos, me contaba el entrenador que algunas personas mayores de sesenta y cinco años, obtienen peores resultados que yo el primer día. ¡Fantástico! ¡Eso es un maestro de la gimnasia! ¡Eso es infundir moral!
Pero no es en ese detalle dónde mi instructor particular demostró su valía como tal. Fue en la suerte de las máquinas donde dió el do de pecho. Vamos a hacer abdominales, me dijo. No se el porqué se imaginó podía necesitar modelar mis abdominales, tan preciosos y curvilíneos que los tengo. Como soy una persona no dada a polemizar le hice caso y me dispuse a seguir sus instrucciones. Así que me estiré en el suelo con la equivocada idea, como luego comprobé, de que iba a ser él quién me levantase la cabeza o, en su caso, las piernas. No fue así. Debes hacer tres series de quince levantamientos, con un intervalo de treinta segundos entre serie y serie. Mientras intentaba levantar la cabeza él iba contando mis elevaciones de testa. Uno dos tres cuatro quince. Descanso . La verdad es que, al llegar al número diez ya no sabía a quién pertenecía mi cabeza, por Dios ¡que mareo!. Segunda serie. Empecemos (sic) Uno dos tres cuatro Justo cuando llegaba al número cinco pasó por delante de mí uno de aquellos cuerpos de mujer, duros, tersos, lozanos ¡Pedazo de hembra!, pensé. Y hete aquí que el entrenador, convertido en un profesional de tomo y lomo, elevando la voz lo justo para que aquél cuerpo de vicio lo oyese, continuó con su particular cuenta: ciento cinco ciento seis ciento siete ciento ocho Perfecto Líneas. Hoy bates el record del gimnasio No pude acabar la segunda serie de la risa que me cogió. Él tampoco pudo aguantarse. Así que ambos acabamos haciendo unos abdominales de pura risa.
Además de las dos sesiones que me obsequia el gimnasio he contratado, de momento, a mi entrenador personal, para dos sesiones más. Esta vez pagando. Y es que, tan importante como la gimnasia del cuerpo, lo es aún más la del espíritu.
12 comentarios
Una Maria de tantas... -
Acabo de leer esto y la verdad es que me has hecho reir una vez mas (cosa no mu fácil en mi ,eh!!).
Esto que he leido es del año pasado, asi que espero que no sigas dandote tanta caña en el gimnasio....
Supongo que todo ese sacrificio en el gimnasio, lo hace el caballero para verse mejor cuando se mira ante el espejo, no? ó quizas para alegrarle la vista al projimo ? o quizas para no oxidarte ?
Si es por ti mismo... pues ni te preocupes, que yo ya te doy el visto bueno; he visto una fotillo por ahí y el caballero es resultón. Así que cuando te vuelvas a mirar en el espejo y lo que ves como que no te convence, tu con fuerza, dices... de eso nada !!! que la Maria me dió el OK !! , y aunque ni te lo creas, tu tranquilo, que eso poco a poco, quedara grabado en tu subconsciente.
Si es por alegrarle la vista al projimo... te diré que nuestra media naranja , anda por ahí rodando y en cualquier momento la encontramos !!!!!! Pero si parece ser que la media naranja esa , nos acepta tal y como somos... pa que quieres modificarte.
Y si es por lo de no oxidarte... pues hijo, un poquito mas light no?, existe el yoga que es mu sano fisica y mentalmente, el caminar, un partidillo de tenis.... no sé.
Yo te digo, que si tengo que hacer algo, me inclino por algo que me ponga al dia sin mucho movimiento, pa eso arranco yo los motores a las 9 h y los apago a las 21 h...
Pero no dicen que la belleza está en interiorrrrr....
Vd. es muy bello caballero, así que ná , que espero que estes probando algo diferente y que permanezca en ti esos abdominales curvilíneos que su dinero le habrá costao ternerlos !!!
Un besito y animo xiki... Una Maria de tantas
kaleidoscopio -
Para kaleidoscopio preocupada por mi salud social -
Para RosaAmarilla más vale tarde que nunca -
Para Virginia adorándose -
kaleidoscopio -
RosaAmarilla -
Virginia -
Para kaleidoscopio incrementándole el salario al maestro del bíceps -
kaleidoscopio -
Para monocamy haciendo pronósticos -
monocamy -
Atrévete a callarme la boca en enero. ¿Va?
;)
Ah, para.. enero es un mes chungo, después de las fiestas... hum... Febrero, febrero. En febrero confírmame que sigues y te aplaudo.
:PPP